"CHAMUSCAR LAS BARBAS DEL REY DE ESPAÑA."
Os comparto esta breve historia como introducción al libro "Historia de España contada para escépticos" de Juan Eslava Galán, donde podemos encontrar 103 breves historias con datos curiosos. Considero que es otra forma distinta y curiosa de aprender historia que quizás, pueda ser más llamativa en algunas ocasiones.
«Chamuscar las barbas del rey de España.» Eso es lo que, según los patrioteros ingleses, hizo el famoso corsario Drake cuando asaltó el puerto de Cádiz y destruyó la flota española allí fondeada. Fue una más de las provocaciones que forzaron a Felipe a escarmentar a los ingleses, con tan mala fortuna que el remedio fue peor que la enfermedad.
El más sonado fracaso de Felipe II fue el de la Armada Invencible, enviada contra Inglaterra. En realidad, nunca se denominó invencible:el adjetivo se lo adjudicaron, para mayor escarnio, los enemigos de España, y paradójicamente, ha echado aquí más raíces que en ningún otro lugar. El plan parecía bueno,incluso era bueno, siempre que se contara con el telégrafo o, en su defecto, con el teléfono o cualquiera de los inventos modernos que sirven para comunicarse a distancia, un móvil, un fax, incluso. Para el nivel técnico de su época era un plan demencial, absolutamente imprudente, como advirtieron al rey sus consejeros.Se trataba de expulsar del trono a Isabel y reinstaurar el catolicismo en la isla. Para ello, bastaba con transportar el ejército de Flandes al otro lado del canal de la Mancha. Pero con las limitadas comunicaciones de la época era completamente imposible coordinar las dos fuerzas, barcos y tropas. Cuando llegaron los barcos, las tropas no estaban listas, y la Armada, acosada por los ingleses, tuvo que regresar a sus lejanas bases por el único camino que le quedaba libre, rodeando Irlanda en la época de las tormentas.
Como es natural, los historiadores han exculpado a Felipe II y han cargado toda la responsabilidad del desastre en el comandante en jefe de la flota, el duque de Medina Sidonia, cuyo comportamiento, en realidad, fue ejemplar y hasta heróico. Además este hombre tuvo la vergüenza torera de apartarse del mundo, regresar a casa y no decir ni pío el resto de su vida.
La Armada Invencible se saldó con treinta y cinco barcos perdidos y dos de cada tres hombres muertos, de los que solamente mil cuatrocientos perecieron en combate. Los dieciocho mil restantes murieron en naufragios, por enfermedad y privaciones, o desembarcaron en Irlanda y fueron asesinados por los ingleses.
Los ingleses asocian el nombre de España a la Armada y fundamentan su orgullo nacional en aquella victoria. Desde la escuela les inculcan la fantástica y legendaria versión que tejió la propaganda protestante:España era el gigante Goliat, poderoso y armado hasta los dientes, y fue vencido por el diminuto David británico. Imaginan la Armada española mucho más poderosa de lo que en realidad fue y reducen las fuerzas inglesas a un puñado de heróicos navíos, tripulados por audaces patriotas. La decepcionante realidad es que los ingleses movilizaron 226 naves y los españoles solamente 137, de las cuales la mayoría eran simples mercantes, torpes de maniobra. A ello cabe añadir que la artillería española daba pena. Los arqueólogos han rescatado muchos cañones de los naufragios de la Invencible en las costas de Irlanda. Muchos de ellos eran ya obsoletos en tiempos de la Armada; otros, fabricados precipitadamente para la ocasión, no habrían pasado un mínimo control de calidad: están mal fundidos, con las ánimas torcidas y el hierro poroso. Con estos datos, el escéptico lector ya puede hacerse una idea de quién derrotó a la Armada. No los ingleses, ciertamente, sino la chapuza hispánica, el tente mientras cobro.
Felipe no escarmentó. Envió otras tres armadas contra Inglaterra, que fracasaron igualmente, siempre por el mismo motivo: pensadas para navegar en las propicias aguas del verano, los retrasos las retenían hasta el otoño, y cuando se hacían a la mar, las tormentas propias de la estación las cogían de recio y las dejaban echas unos zorros. Lo dicho, la perseverante chapuza hispánica.
Los éxitos de Felipe II, si exceptuamos Lepanto, fueron más bien domésticos: el aplastamiento de la sublevación morisca, la represión de la rebelión aragonesa y la anexión de Portugal, después de que su sobrino, el rey don Sebastián, desapareciera sin dejar herederos.
Los moriscos del antiguo reino de Granada, abrumados por los impuestos y enfurecidos por los decr etos que prohibían el uso de su lengua y la observancia de sus costumbres, se alzaron en armas con la esperanza de recibir apoyo de los turcos; pero los turcos no comparecieron, la rebelión fue violentamente sofocada, y los supervivientes, desterrados a distintos lugares del reino, donde tampoco se asimilaron.
El conflicto de la corona con los aragoneses se debió al contencioso de Felipe II con su secretario Antonio Pérez, que hizo valer su condición de aragonés para ampararse en los fueros de aquel reino y es
de la justicia real. Entonces, Felipe intentó burlar la inmunidad haciéndolo procesar por la Inquisición, pero Aragón se levantó en armas, y el rey tuvo que enviar tropas para sofocar la rebelión.
Felipe II heredó Portugal, y su considerable Imperio, después de sobornar generosamente a una parte de la nobleza portuguesa para que apoyara su candidatura. Nunca fue aceptado por los suspicaces portugueses, y eso que los halagó ratificando sus libertades y privilegios y permitiéndoles que administraran sus colonias.
«Chamuscar las barbas del rey de España.» Eso es lo que, según los patrioteros ingleses, hizo el famoso corsario Drake cuando asaltó el puerto de Cádiz y destruyó la flota española allí fondeada. Fue una más de las provocaciones que forzaron a Felipe a escarmentar a los ingleses, con tan mala fortuna que el remedio fue peor que la enfermedad.
El más sonado fracaso de Felipe II fue el de la Armada Invencible, enviada contra Inglaterra. En realidad, nunca se denominó invencible:el adjetivo se lo adjudicaron, para mayor escarnio, los enemigos de España, y paradójicamente, ha echado aquí más raíces que en ningún otro lugar. El plan parecía bueno,incluso era bueno, siempre que se contara con el telégrafo o, en su defecto, con el teléfono o cualquiera de los inventos modernos que sirven para comunicarse a distancia, un móvil, un fax, incluso. Para el nivel técnico de su época era un plan demencial, absolutamente imprudente, como advirtieron al rey sus consejeros.Se trataba de expulsar del trono a Isabel y reinstaurar el catolicismo en la isla. Para ello, bastaba con transportar el ejército de Flandes al otro lado del canal de la Mancha. Pero con las limitadas comunicaciones de la época era completamente imposible coordinar las dos fuerzas, barcos y tropas. Cuando llegaron los barcos, las tropas no estaban listas, y la Armada, acosada por los ingleses, tuvo que regresar a sus lejanas bases por el único camino que le quedaba libre, rodeando Irlanda en la época de las tormentas.
Como es natural, los historiadores han exculpado a Felipe II y han cargado toda la responsabilidad del desastre en el comandante en jefe de la flota, el duque de Medina Sidonia, cuyo comportamiento, en realidad, fue ejemplar y hasta heróico. Además este hombre tuvo la vergüenza torera de apartarse del mundo, regresar a casa y no decir ni pío el resto de su vida.
La Armada Invencible se saldó con treinta y cinco barcos perdidos y dos de cada tres hombres muertos, de los que solamente mil cuatrocientos perecieron en combate. Los dieciocho mil restantes murieron en naufragios, por enfermedad y privaciones, o desembarcaron en Irlanda y fueron asesinados por los ingleses.
Los ingleses asocian el nombre de España a la Armada y fundamentan su orgullo nacional en aquella victoria. Desde la escuela les inculcan la fantástica y legendaria versión que tejió la propaganda protestante:España era el gigante Goliat, poderoso y armado hasta los dientes, y fue vencido por el diminuto David británico. Imaginan la Armada española mucho más poderosa de lo que en realidad fue y reducen las fuerzas inglesas a un puñado de heróicos navíos, tripulados por audaces patriotas. La decepcionante realidad es que los ingleses movilizaron 226 naves y los españoles solamente 137, de las cuales la mayoría eran simples mercantes, torpes de maniobra. A ello cabe añadir que la artillería española daba pena. Los arqueólogos han rescatado muchos cañones de los naufragios de la Invencible en las costas de Irlanda. Muchos de ellos eran ya obsoletos en tiempos de la Armada; otros, fabricados precipitadamente para la ocasión, no habrían pasado un mínimo control de calidad: están mal fundidos, con las ánimas torcidas y el hierro poroso. Con estos datos, el escéptico lector ya puede hacerse una idea de quién derrotó a la Armada. No los ingleses, ciertamente, sino la chapuza hispánica, el tente mientras cobro.
Felipe no escarmentó. Envió otras tres armadas contra Inglaterra, que fracasaron igualmente, siempre por el mismo motivo: pensadas para navegar en las propicias aguas del verano, los retrasos las retenían hasta el otoño, y cuando se hacían a la mar, las tormentas propias de la estación las cogían de recio y las dejaban echas unos zorros. Lo dicho, la perseverante chapuza hispánica.
Los éxitos de Felipe II, si exceptuamos Lepanto, fueron más bien domésticos: el aplastamiento de la sublevación morisca, la represión de la rebelión aragonesa y la anexión de Portugal, después de que su sobrino, el rey don Sebastián, desapareciera sin dejar herederos.
Los moriscos del antiguo reino de Granada, abrumados por los impuestos y enfurecidos por los decr etos que prohibían el uso de su lengua y la observancia de sus costumbres, se alzaron en armas con la esperanza de recibir apoyo de los turcos; pero los turcos no comparecieron, la rebelión fue violentamente sofocada, y los supervivientes, desterrados a distintos lugares del reino, donde tampoco se asimilaron.
El conflicto de la corona con los aragoneses se debió al contencioso de Felipe II con su secretario Antonio Pérez, que hizo valer su condición de aragonés para ampararse en los fueros de aquel reino y es
de la justicia real. Entonces, Felipe intentó burlar la inmunidad haciéndolo procesar por la Inquisición, pero Aragón se levantó en armas, y el rey tuvo que enviar tropas para sofocar la rebelión.
Felipe II heredó Portugal, y su considerable Imperio, después de sobornar generosamente a una parte de la nobleza portuguesa para que apoyara su candidatura. Nunca fue aceptado por los suspicaces portugueses, y eso que los halagó ratificando sus libertades y privilegios y permitiéndoles que administraran sus colonias.
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